Pero siempre se me ha dado mal imaginar algo nuevo. Quizás me acomodé en la butaca, desde la que observaba pasar las hojas volando y contaba su ruido al crujir bajo un zapato. Pero nunca soplé para hacer volar ninguna.
Hablo de las situaciones, pero no sé provocarlas. Espero a que sucedan y cuento el diálogo de dos imaginados personajes, efímeros, complejos de tan sencillos, que a su manera desgranan los instantes de un momento.
Y creo que fuera del boli y el papel me pasa lo mismo. Me senté de pequeña ante la ventana y sigo esperando, observando, describiendo, desnudando. Pero nunca he intentado levantarme, me dejo llevar para ser la muchacha en la ventana de Dalí, que solo mira y se resigna.
Nunca se me ha dado bien provocar. Y el mundo sigue contándome cómo lo hacen los demás.
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