Lo más de verdad que puedo contaros


Hace poco leí una frase que me hizo darme de bruces con la realidad. “¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?”.
Porque no puedo contestar a esa pregunta. Simplemente porque no lo recuerdo. No recuerdo la última vez que aprendí algo de cero. De cero de verdad.
No hablo de un nuevo plato de comida, ni de aprender a calcetar del revés. Tampoco de ir al trabajo por otras calles o cambiar el sabor del helado, aunque por algo se empieza. Hablo de algo realmente nuevo. Un campo que jamás haya explorado. Donde me sienta pequeñita, porque esa es la esencia.
Cuando algo nos cambia la vida, cuando algo se queda en nuestra mente grabado con el paso de los años, es porque en ese momento nos hemos sentido pequeños ante un mundo gigantesco. Por un momento hemos salido de la rutina, de la jaula que nos hace sentir lo más importante, porque creemos que tras las rejas no hay nadie más.
De repente vemos las escaleras de nuestro particular show de Truman, porque, como dice la película “aceptamos la realidad del mundo que nos presentan”. Y ni siquiera nos preguntamos qué hace esto o aquello ahí. Hemos desarrollado la capacidad, o más bien la ineptitud suficiente, para no cuestionarnos nada. Algo que cuando nacemos, cuando más pequeñitos y más honestos somos ante el mundo, hacemos constantemente. Esa sana costumbre de preguntarlo todo, molesta para nuestros padres, pero insaciable y totalmente necesaria para nosotros, se desvanece con nuestro particular Nunca Jamás cuando empezamos a crecer: Crecer y creer, ya sabéis, solo se diferencian por una letra. Sumamos letras pero restamos preguntas.
Y supongo que es porque el ser humano comenzó siendo nómada pero buscando realmente el hogar que le hiciese sedentario. No hablo de una casa, sino de la tranquilidad de un lugar o un estado de ánimo, una compañía o una soledad, que le hiciesen sentirse seguros. Y la consecución de esa seguridad implica la rutina y la confortabilidad, lo conocido y lo dominado.
¿Cómo vamos a dominar lo impredecible, lo nuevo, lo ilógico? Si cada vez que alguien hace algo imprevisible, fuera de la norma o la monotonía, a menudo se le etiqueta con algún trastorno. O simplemente se habla de un comportamiento anormal. ¿Porqué lo anormal es peyorativo? ¿Porqué no pueden ser ganas de seguir viviendo y no simplemente de sobrevivir? Hoy por hoy creo que lo nuevo es vida, y lo seguro es supervivencia.
Y, ojo, soy la primera que busca todo eso en su vida, la primera asustadiza o más bien acomodadiza que no busca complicaciones y mira con recelo esos comportamientos. Quizás innatamente, quizás socialmente.

Pero a lo que iba es a que últimamente he vivido situaciones a mi alrededor, algunas conmigo como protagonista, la mayoría afortunadamente no; que no he sabido abordar. Que me han hecho algunos agujeros. Poco a poco, cuando uno va rompiendo un bolsillo, los objetos que guardas dentro van teniendo un hueco por donde colarse; y uno va notando como el peso es menor y el vacío mayor.
Es lo que todos identificaríamos por un periodo depresivo, pero ni mucho menos de depresión. He tenido ganas de llorar sin explicación y han durado semanas. No he querido levantarme de la cama y he cogido el sueño al alba, he estado de mal humor, he comido mal...
Y yo no soy así. Pero a veces la realidad tiene momentos que te superan. Hechos que no puedes o no sabes como abordar. Que se vuelven sanguijuelas y van chupándose la energía. Tu energía. Y me he encontrado agotada.
Y por encima yo, que a pesar de ser alguien absoluta e inconscientemente positiva, soy también tremendamente sensible y empática. Y aunque la mayoría del tiempo eso sea una virtud, siempre te hace vulnerable ante hechos en ocasiones ajenos.

Lo peor, o lo mejor; más bien lo más curioso de todo, es que creo que esto es lo más sincero que he escrito nunca. Por lo menos, lo más sincero conmigo misma.
Esto no es el típico diario público para obtener mensajes de compasión. No los quiero, lo prometo. Solo busco contarlo y punto. Siempre he encontrado la mayor terapia en escribir. El mayor desahogo creo que es contar a alguien tu situación, exteriorizarla y buscar comprensión en los otros. Creo que esa es una de las necesidades del ser humano de las que hablaba Maslow en su pirámide.

La cuestión, que me voy por las ramas como siempre, es que hace años luz que no tengo una primera vez. Una experiencia absolutamente novedosa para mí. Y esa foto, con una frase profundamente hiriente, llegó en un momento en que necesitaba un golpe de la vida en la cara para darme cuenta de que tengo que reaccionar.
De que tengo casi veintitrés años y un cutis de bebé. Sana como una manzana. Amigos para sonreir y contarles lo feliz que me hace tenerles. Miles de proyectos que no pueden ser solamente eso. Cientos de fotos que disparar, cientos de letras que encajar en un libro, cientos de ideas que dibujar. Cientos de viajes que hacer, sitios y personas que conocer, conciertos a los que ir.
Pero necesito renovar mi libreta de metas, porque todo eso me suena ya. Porque nunca me he hecho un tatuaje, nunca he hecho yoga, ni he ido a Manzaneda, ni a una playa nudista.
Nunca he visto la lluvia de estrellas de agosto. Nunca he ido a un restaurante mexicano, nunca he ido sola al cine, nunca he participado en un lipdub, nunca he ido a las Cíes. Nunca he ido a ver un striptease a lo despedida de soltera. Nunca he robado en una tienda más que una percha. Nunca me he enamorado.
Y debo buscar algo nuevo. Algo que me haga volver a ser una niña sinvergüenza preguntando hasta la extenuación el cómo, el cuándo y el porqué de las cosas. La curiosidad que nos hace crecer pero también creer. La vida que nos impulsa a ser algo diferente al resto de los animales, ese exclusivo conocimiento de que estamos vivos y esa conciencia ante nuestros actos. Aunque, como dijo Ramón y Cajal, nadie haya encontrado el alma en la punta del bisturí.
Esa consciencia me reconcome ahora para decirme que hace mucho tiempo que no veo el sol a las nueve de la mañana. Que no llamo a mi abuela para preguntarle qué está haciendo o qué tal está. Que no salgo sola a pasear.
Que no recuerdo el día en que algo me hizo sentir tan pequeñita que quise contárselo a todo el mundo y poder escribir en mi muro de facebook: hoy hice algo por primera vez.

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