Siempre he creido en el poder de las servilletas. En ellas se han escrito millones de secretos, de palabras importantes que debían apuntarse antes de írsenos volando, de la cabeza o de la vida.
En un bar, lleno de ruido y de gente, se pueden llegar a escribir los momentos más importantes de una historia, o los más vanales pero especiales, todo es subjetivo. Un adiós, el diseño de un zapato, un te quiero, la primera idea de un libro, un susurro a voces, el mapa de como llegar a tu casa, el nombre de nuevo un grupo de música, un poema. Las cosas que no queremos que pasen de largo en ese instante, o las que sabemos que nunca nos atreveremos a pronunciar.
A lo mejor por eso me gusta tanto sentarme en las mesas que están aún sin recoger, con la historia y los instantes de alguien que se ha ido y todavía ha dejado la silla calentita. Y mirar las servilletas arrugadas que todavía están esparcidas, escritas, garabateadas. Nunca me atrevo a leerlas, eso nunca, por si guardan escrito un deseo: porque los deseos deben ser un secreto, o no se cumplen.

-eme.

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