Decía Nietzsche que cuando miras largo tiempo un abismo, éste se vuelve a mirar dentro de ti. Y eso es lo que me pasó.
Las semanas y los meses contemplando una despedida congelada en humor vítreo acabó por inundarme el pecho. Me caló hasta los huesos aquella distancia, aquel ir y venir de gentes ajenas. Aquel sonido del reloj. Aquella vida sin ti y sin mí.
Fue como si la simple idea de volver a verte fuese una estupidez, como si hubiese un ejército de vida riéndose a carcajadas de mi utopía hecha rutina. Tú hablabas de coraje y yo me había construído un traje de cobarde con mis memorias. El homenaje que menos te merecías pero para el único que fui capaz de prepararme.
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