Clara...

Supongo que cada día con ella fue la subida de un peldaño en la escalera. Yo creí que cada paso me llevaría más cerca de ella. Eran tardes felices, tardes de sombras de colores en las paredes de las calles que se volvían enteras para vernos pasar. Con el sol envidiándonos todo un verano. Apretaba su mano entrelazada con las mías y levantaba la cabeza, orgulloso de llevarla tan pegada a mí, presumir de Clara era lo mejor del día.
Y se me ocurrían cartas, notas, mensajes furtivos como si nuestra historia fuese la de dos seres que jamás podrían terminar sus días juntos, y no era así. O bueno, no aparentemente.
Escribía por las noches, las que no tenía a su lado, en trozos de papel, con letra de romántico empedernido, esperando espiarla mientras las leyese, sin saberlo, y ver cuan grande era su sonrisa o su rubor. Pero Clara nunca tenía vergüenza, creo que nunca la vi ponerse roja.
Quizás era porque los complejos de todo el mundo pasaban por debajo de sus pies.

Las tardes de un verano (c) Marta Suárez
Incluido en el libro Cuéntame un Cuento (clicka para saber como conseguir el tuyo)

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