Se sentó en el banco de todos los días y miró al cielo con los ojos entrecerrados. Hacía sol aunque el frío calaba los huesos, uno de esos días de marzo en que los rayos de sol alivian un poco a mediodía.
Sacó sus gafas de sol y decidió esperar el autobús escuchando música. Siempre veía los coches y la gente pasar con su música de fondo, imaginando que era una especie de secuencia de cine. Se imaginaba historias para cada uno de los que paseaban cerca suyo, les observaba y se detenía a inventar una historia. Si estarían tristes, alegres, casados, solteros, cuántas horas habían dormido, si alguna pesadilla les había enturbiado el sueño, si alguien les esperaba en casa, cúal sería su profesión, sus metas... A veces se reía con la cabeza agachada cuando adivinaba que alguien era insoportable y realmente cascarrabias. Y sabía que había acertado cuando la miraban de mala manera, entre dientes y con el ceño fruncido como pensando “¿qué se creerá esta chica, mirándome tan descaradamente?”. Piensa que esa gente sólo hace eso cuando se siente amenazada, y si no tienes nada que ocultar... ¿porqué sentirte intimidado por una mirada sonriente? Porque las miradas de Clara eran un mundo entero, con sonrisas y con palabras, burlonas, sorprendidas, soñadoras. Solamente con observar sus ojos sabías cuán grande sería su sonrisa un poco más abajo. Miradas parlantes, la llamaba yo.
Subió al autobús unos minutos después, se sentó a la izquierda, en la ventanilla más bonita; la que daba al lado de la carretera con más campos y flores. Siempre lo hacía así, y miraba a la gente subir y observar donde se sentaba. Clara, la chica que analiza personalidades y sueños ajenos.
Sacó su libro gordo del bolso y se puso a leer, metió el marcapáginas entre las guardas del final y la contraportada y se sumergió en la lectura. De vez en cuando levantaba la vista y sonreía con su mirada a las flores reflejadas en las ventanas. Un coche amarillo por el carril contrario. Qué gracia, cada vez que veía uno se acordaba de aquella costumbre estúpida por la que se llevaba pellizcos cada vez que un coche amarillo pasaba. Y lo enfadada que se ponía. Le da tiempo a ver a los dos ocupantes, son una pareja, ella conduce y le mira de reojo, van conversando, felices, alegres, solos. Seguramente llevarán la radio puesta, y gritarán sus historias en vez de bajarla, a modo de banda sonora de sus momentos. Les importará nada la canción que esté sonando o lo tristes que sean las noticias, porque ellos tienen las suyas. Así, imaginando, vuelve a bajar la mirada y sigue unos minutos más leyendo un capítulo nuevo.

Nota que las conversaciones son más discurridas de lo habitual, dos mujeres charlan animadamente asientos más atrás. Una pareja de adolescentes se pelea entre risas en la parte delantera y otro grupo de amigos cuenta chismes y sueltan carcajadas enfrente suya. Y ella está extrañamente alegre, aunque siempre lo está. Hoy le apetece no pensar en llantos ni en las persianas que bajó en las ventanas de ayer. Hoy es positiva, hoy no piensa en Pablo, tiene sueños otra vez. Hoy, piensa, debe de ser un día muy especial.


text by (c) martasuárez.

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