Historias para no dormir y sí soñar nº13

Estaba amaneciendo cuando abrió los ojos y lo vió a su lado, estaba tan guapo como siempre. Siguió con las pupilas y el dedo índice los círculos de luz que la persiana tatuaba en su cuerpo, en cada hueco de su espalda. Los contó, uno por uno, y mientras tanto se entretenía con cada lunar de su espalda. Se aseguró de que ninguno se hubiese caído, que todos estuviesen en el mismo lugar donde los había besado hacía tan solo unas horas. Estaban los diecisiete, uno por año. Pero de alguna manera, todos estaban tatuados en su propia espalda también. Alguno se había colado en su corazón, y esos sabía que estaban tatuados para siempre.
Se preguntaba donde había ido aquel que creía haber visto en su cuello, cuando lo besó, mientras le abrazaba contra su pecho, para hacer eterno el momento fugaz. Quizás se había perdido entre sus sábanas mientras se robaban la razón entre caricias.
Intentó buscarlo, volvió a acariciarlos y contarlos uno por uno, y cada vez que intentaba encontrarlo su olor impregnado en cada centímetro de la habitación la hacía perderse de nuevo en el recuerdo, y lo sintió tan tatuado como cada una de sus pecas.
Le daba miedo que él se fuera, que abriese los ojos, se vistiese y olvidase allí el lunar número diecisiete, entre sus sábanas. Que sólo quedase el olor y el recuerdo, y que su corazón, tatuado diecisiete veces, no importara hasta otra madrugada en que la adrenalina volviese a juntarlos. No quería ser una más, una peca olvidada en su espalda y sin importancia, porque ni siquiera podía verla. No quería que se fuese para comprobar que le echaría de menos.Todavía tenían muchos lunares que buscar juntos.

Marta.

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