El final

Había muy pocos silencios en aquella cabeza. Mientras el coche avanzaba por la carretera los únicos momentos de paz entre aquella lluvia incesante eran los segundos bajo los puentes y los túneles, cuando cesaba el murmullo de las gotas en el techo y los cristales.
El viaje se le hizo más largo que nunca, y eso que lo había recorrido con él millones de veces. Pero cuando uno va recordando los buenos momentos con la consciencia de que no se repetirán de ningún modo, acostumbra a sentir eternos los tránsitos entre un acontecimiento y otro.
Del dolor, el primer acontecimiento, a la aceptación de él solamente quedaban unos kilómetros. La noticia le dolió, y asumirla le estaba llevando al temor.

¿Alguien sabría explicar con exactitud lo que se siente al perder a alguien? No hablo de que deje de amarte, de hablarte, que se vaya a otro país u otra ciudad. Hablo de perderlo porque él pierde la vida.
La incertidumbre evita la explicación, porque la cantidad de sentimientos y de vacíos se vuelve infinita por momentos. Y quizás nunca llegamos a asumir las consecuencias de una pérdida.
Se trata de echar de menos y no tener como decírselo, se trata de llorar la espera que nunca termina, siendo consciente de ello. Se trata de huír como si estuviesemos en una cinta andadora, huír sin avanzar con el recuerdo y las lágrimas pegadas al cuerpo por mucho que nos limpiemos. Asumir que debemos olvidar si algo les pasa, si algo les duele o les alegra, si piensan en tí... Porque ya no habrá nada de eso.
Se trata de ver como el mundo sigue girando mientras nosotros lo intentamos frenar inútilmente con las manos.

(c)marta.

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