En la vida uno aprende, uno llora, uno ríe, respira y se ahoga por momentos. Pero sigue muchas veces cometiendo los mismos errores o salvando las mismas virtudes a pesar de los golpes de la existencia.

Yo no sé todavía cuántas cosas me quedan por aprender. Solamente sé las que mantengo intactas, no sé si para bien o para mal.
Un año después de mi último cumpleaños, ya fuera de la adolescencia por completo y sin poder llamarme teenager nunca más - dios, que radical suena -, sigo arrancando las etiquetas de las botellas, mordiendo los bolígrafos, sonándome los mocos con el pañuelo doblado en dos. Sigo soñando con publicar mi libro y con que me besen en la nariz. Odio madrugar y mucho menos cuando me despiertan en medio de un sueño.
Aún tengo vértigo, migrañas, miedo a las agujas y a las serpientes. Hace un mes que he dejado de morderme las uñas para siempre, y sin esfuerzo. He perdido el miedo a subir a una noria y he descubierto más personas que no me querían en realidad. Sigo teniendo la manía de mirar y remirar si me dejo algo, de odiar la tauromaquia - manías que tiene una -, y defiendo todavía mis argumentos sin importarme si toda mi alrededor me considera ridícula. Sigo sabiendo decir que no, y tengo personalidad. Mis complejos siguen ahí, pero cada vez los escupo más facilmente. He hecho amigos, he creado vínculos, he conocido El Retiro. He aprendido a hacer bokéh's y conocí unas cuatro canciones que me han hecho llorar.
Y creo que todo está conectado. Que mis logros y rarezas tienen que ver con todos los que han pasado por mi vida. Pero, curiosamente, no con los que me hacen feliz cada día; sino con los que me han dado la puñalada o, peor aún, han ignorado mi presencia.

Gracias a aquel médico que me atendió cuando me dispararon en el ojo con ocho años, por hacerme sentir todavía mas aterrada en aquel hospital. Gracias a aquel niño del parque que empujó el columpio cuando aún eran de metal, mientras yo estaba agachada recogiendo hojas. El chichón me hizo aprender a decir la palabra "cabrón".
Gracias ese mítico familiar que te hace creer en la frase “la familia no se elige”. Me encanta sentirme tan odiada, algo que envidiar tendré. Gracias a esa que creía mi amiga, que me dejó con el culo al aire, que se burló y que hoy hace que no me conoce. Todo el daño que me hiciste hoy lo veo como un chiste, me haces reír cada vez que me acuerdo de tí. Gracias a ti, por dejar de ser mi amigo al enterarte y hacerme ver, con los años, la de vueltas que te doy y lo mucho que te corroen ahora a tí las ganas.
Gracias a Óscar, por dejarme en ridículo en aquella clase de Fartlek y hacer que todos se riesen de mí. Ahora me encanta sacar culo mientras todos miran.
Gracias a Bea, por hacerme la vida imposible – o al menos lo intentaste, no te sientas mal – durante dos años. Me encantaba tu forma de no ver lo patético de tu vida jodiendo la ajena.
Gracias a aquel idiota que me hizo llorar durante años y no querer ir a la piscina por mil complejos. Ahora me pongo bikinis más pequeños. Ah, y al que me miraba las tetas: ahora llevo escote todos los días.
Dios, esto parecen los (des)agradecimientos de un libro de Risto Mejide...

Gracias a los fachas, a los fascistas, a los intolerantes, a los que cada día defienden sus ideas. Ahora he aprendido a no defender las mías, sino la libertad para que cada uno tenga la suya; incluso vosotros.
Gracias a las series de televisión penosas, por hacerme apreciar un buen libro. Gracias al reggaeton, por hacerme ir corriendo a una tienda a comprarme un disco en condiciones.

Gracias a las dependientas, a los taxistas, a las azafatas - Paula, te excluyo -, a los moderadores de foros -de aquí no excluyo a nadie-, a las fans, a las (poco) compañeras de cola en conciertos que empujan como nadie, a los compañeros de clase que no son compañeros, a las envidias, a los embustes, a las superficialidades, a los diseñadores de moda para anoréxicas de alta costura. Gracias a todos ellos puedo gritar bien alto que soy - o voy en camino de ser - lo que siempre he querido, diferente al montón, especial. De sentirme orgullosa de a mis veinte años tener por delante mil cosas que hacer.

Porque lo importante no es mirar hacia atrás en busca de tus logros, sino poder mirar adelante pensando en los que te quedan por conseguir, eso es lo único que puede darte ganas para seguir viviendo. Y yo, voy sobrada de ganas.

Feliz veinte cumpleaños para mí

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