Una vez me enseñaron que la mente del arquitecto medieval se limitaba al hecho de sumar elementos, siempre la misma y esquemática intención de levantar algo a base de acumular módulos o piedras. Quizás todavía tengamos mucho en nuestra cabeza de nuestros antepasados medievales. Acumulamos y sumamos siempre, a veces con más avaricia y materialismo. Dinero, ropa, quien puede coches, joyas o relojes; incluso coleccionamos moneditas o tarjetas de visita. Otras veces, son colecciones más inocentes, sumamos desamores, alegrías, decepciones, días buenos, malos... objetivos a cumplir en la vida.
Pero la mayoría de las cosas que queremos acumular y sumar en nuestra vida podrían desaparecer con un robo o un incendio, y al fin y al cabo nos quedarán los recuerdos de todo ello. Esos pocas veces se pueden quemar, y cuanto más lo intentemos más se graban.
Tenemos la eterna manía de querer hacerlos desaparecer, como haría un mafioso con un "problema". Pero, al fin y al cabo, es lo único que no podremos regalar aunque queramos a nadie, ni pisotearlos como un cigarrillo, no van a apagarse.
Los momentos, los recuerdos, también se suman en una cadena de eslavones que es la vida, y al final, encajándolos bien, se puede conseguir que te hagan madurar, todo depende de donde los coloquemos y por qué lado lo miremos.
Esos momentos son absolutamente nuestros, únicos, irrepetibles e intransferibles. Y cuanto más buenos fueron menos queremos que estén en nuestro recuerdo. ¿Porqué? Si al fin y al cabo nos ha hecho felices durante qué se yo, tres segundos o tres meses, pero felices.

(c) marta.

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